Resumo

Dios mío, ¿qué pensarán de nosotros, que somos todos negros? Así me respondió una amiga blanca cuando charlamos sobre la medalla de bronce que Javier Culson, un puertorriqueño negro, ganó durante las olimpiadas de verano de Londres en 2012. Mi amiga, muy tierna por naturaleza, decía esto entre risas, pero declarando cierta preocupación. Lamentablemente, este comentario refleja un sentimiento de corte racista muy común entre la sociedad puertorriqueña. Refleja también las complejas dinámicas raciales en la región caribeña y latinoamericana. En sociedades que han tenido profundas historias de diversidad racial y mestizaje, y donde se han desarrollado fuertes ideas de armonía racial, aún perdura un fuerte, si bien enmascarado, racismo. O sea, en América Latina y el Caribe se ha desarrollado la idea de que el “encuentro” de razas, principalmente (pero no exclusivamente) blancas, negras e indígenas, las cuales viniendo de contextos de conquista y esclavitud se han complementado de manera tal que hoy en día viven sin ningún problema aparente. La evaluación racista de Culson, la cual lamentablemente también se ha repetido con otro olímpico puertorriqueño, Jaime Espinal, nos ayuda a visualizar las tonalidades sutiles del racismo caribeño dentro de la celebración de la identidad puertorriqueña. El deporte latinoamericano es un buena ventana para observar esta sutilezas por la alta incidencia de atletas/héroes negros y/o mulatos incluyendo Roberto Clemente, Eugenio Guerra, Javier Sotomayor, Sammy Sosa y Pele entre muchos más. Para atletas femeninas el camino ha sido aún más arduo, dadas las normativas patriarcales de estas sociedades y de los deportes. Este corto ensayo discute principalmente a hombres, y espero en otra ocasión atender el asunto sobre deporte y mujer en Puerto Rico. A continuación presento algunas ideas de cómo el deporte y raza se pueden entender mutuamente.

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