Resumo

En las últimas dos décadas, las prácticas y la organización de los aficionados del fútbol profesional en México se han transformado profundamente. A mediados de los 1990's, la afición organizada en los estadios de México consistía únicamente en grupos de menos de 100 personas conocidos como “porras”, frecuentemente patrocinados por las directivas de los equipos. A partir de este momento, empezó a surgir otro tipo de grupo cuyos miembros autodenominaron “barras”, apropiándose del término sudamericano. Estos grupos, que han alcanzado los 5000 integrantes en algunos casos, están compuestos por jóvenes quienes oponen sus objetivos y prácticas a los de las porras, los de las directivas de los clubes e, incluso, los del gobierno y otras instancias de poder. Sin ser revolucionarios, estos grupos reclaman su autonomía de todo tipo de autoridades y de su control clientelista, para poder expresar libre y espontáneamente el amor por su equipo, el fútbol y la vida en general. Para señalar esta distinción frente al resto de la sociedad mexicana, los integrantes de las barras han adoptado una serie de prácticas y términos de los aficionados sudamericanos y, en particular, argentinos. Para los medios de comunicación y otros observadores distantes, este cambio ha significado el trasplante de la violencia ajena a los, supuestamente antes pacíficos, estadios mexicanos. Para los mismos aficionados, la transformación ha significado la necesidad de enfrentarse al poder intensificado. Me refiero a un esfuerzo aumentado, de parte de las autoridades, para pintar a los hombres jóvenes populares como criminales violentos. También, observamos la continuidad de formas de control más “suave” de las cuales querían escapar, originalmente, estos jóvenes: las relaciones clientelistas. A través de este relato plantearé dos argumentos. Primero, que la violencia que ocurre actualmente en los estadios tiene su origen en las tensiones clasistas y regionales de la sociedad mexicana. Y segundo, que los estadios de fútbol representan una ventana para observar la continuidad de una cultura política clientelista en México, la cual persiste en un marco reciente de liberalización y democratización del país.
 

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